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PASADO, PRESENTE Y FUTURO DEL BREXIT

La salida del Reino Unido de la Unión Europea cierra un círculo histórico de varias décadas, sigue con un período de transición (2020-21) y plantea un futuro político y económico incierto, que incluye fuertes presiones independentistas internas.


El Reino Unido formalizará a partir del 1 de febrero su salida de la Unión Europea (UE), después de participar casi medio siglo del proyecto comunitario sin abrazarlo nunca plenamente, y pondrá en marcha un renovado proyecto aislacionista con un país dividido y tensiones independentistas que amenazan la propia unión británica.


Esta ruptura comenzó con el referéndum de 2016, que aprobó el Brexit por mínima diferencia (51,9 a 48,1%), pero los antecedentes de la cambiante relación entre la isla y el continente se remontan, en tiempos modernos, a la segunda posguerra.

De hecho, durante los debates del Brexit, una gran figura como Winston Churchill sirvió a los dos bandos por igual, porque él mismo osciló entre reivindicar una separación estratégica (“We are with Europe, but not of it”, estamos con Europa, pero sin ser parte de ella) y crear unos “Estados Unidos de Europa”.


En 1949, Francia y Gran Bretaña, más el Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo), crearon un primer “Consejo de Europa” (después sumó a Italia, Irlanda, Suiza, Noruega y Dinamarca). El estatuto de esa semilla comunitaria se firmó en Londres. Pero una década más tarde, en 1958, el Reino Unido quedó fuera de la Comunidad Económica Europea (Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo).


Cuando se decidió a entrar, en 1961, el líder francés Charles De Gaulle se opuso, convencido de que detrás de Londres estaban los intereses de Estados Unidos. En 1967 se frustró otro intento del laborista Harold Wilson, hasta que en 1973 se sumó a la CEE, con un referéndum con suficiente mayoría (67%) pero no abrumadora. En esa línea, defendió la libra y se mantuvo al margen de la creación del euro (1999).


Varios factores revivieron el antiguo recelo británico hacia el continente europeo, hasta convertirlo en rechazo. Por una parte, la insistencia de Bruselas en avanzar hacia un modelo de unión política y federal que Londres siempre resistió.


Pero también, y paradójicamente, las facilidades que le dio la UE a los británicos para mantenerlos dentro, desde la devolución de fondos lograda por Margaret Thatcher en los 80 hasta los opt out (excepciones al cumplimiento del Tratado de Maastricht de 1992 que incluyeron el euro y la libre circulación de personas).

Esas concesiones alentaron siempre las pretensiones de los sectores anti europeístas y xenófobos, listos para impulsar una ruptura total, al punto que en 2015, para que apoyaran su reelección, el conservador europeísta David Cameron abrió la Caja de Pandora cuando les prometió un referéndum (y lo perdió en 2016).


El descontento de una mayoría de británicos con el impacto de la globalización y el ajuste económico que siguió a la gran crisis financiera de 2008 hizo el resto para aprobar el Brexit en el referéndum de 2016, que mostró divisiones -zonas rurales y urbanas, viejos y jóvenes, y trabajadores y profesionales- que atravesaron a los dos grandes partidos, conservador y laborista, por derecha y por izquierda.


Los anti europeístas relacionaron casi todo los males de la isla con Bruselas y los inmigrantes. Entre ellos, a primera hora, estuvo allí el exalcalde londinense Boris Johnson, para arrebatarle las banderas a los brexiteers, poner a todo el Partido Conservador tras de sí, consolidarse como primer ministro con un gran triunfo electoral en diciembre de 2019 y, finalmente, sacar al Reino Unido de la UE.


El divorcio


La salida del Reino Unido de la UE siguió los procedimientos generales establecidos en el Tratado de Maastricht, pero la separación en detalle será negociada desde el 3 de marzo próximo. La ley del Brexit limita la transición a 2020, por exigencia de Johnson, pero los legisladores pueden volver a votar y prorrogar las negociaciones, aunque el primer ministro no está obligado a mantener al tanto a los legisladores.


Según el acuerdo de salida acordado, el Reino Unido debe devolver a la UE entre 40 mil y 50 mil millones de euros, una “factura” que le pasa Bruselas por los programas que se había comprometido a financiar durante los próximos años. Los plazos y formas de ese reembolso serán una clave de la negociación en 2020.


Mientras tanto, durante los meses que sigan, el Reino Unido continuará integrado en las estructuras comunitarias y cumpliendo las regulaciones de la UE, por lo cual casi no se notarán cambios en la vida cotidiana de los británicos y residentes.


Una vez fuera del mercado único comunitario, Johnson aspira a firmar un acuerdo de libre comercio con la UE similar al que el bloque ya tiene con Canadá, y hacer lo mismo enseguida con Estados Unidos, para reconstruir un gran eje anglosajón en alianza con otro aislacionista como el presidente Donald J. Trump, una estrategia que endurecerá las tratativas con Bruselas, según todos los analistas.


En otro ámbito sensible para la UE, Londres se comprometió a garantizar los derechos de unos cuatro millones de ciudadanos comunitarios que residen actualmente en el Reino Unido, aunque los que lleven cinco años o más viviendo en el país tendrán que solicitar un “estatus de asentamiento” (settlement scheme) para conservar, por ejemplo, el acceso gratuito al sistema público de salud.


Nubarrones separatistas


La gran pregunta ahora es si este movimiento histórico de aislamiento, que devuelve al Reino Unido a tiempos incluso previos a su etapa imperialista, terminará retrocediendo aún más y provocando la desintegración misma de la antigua unión británica (Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte), por la acción centrípeta de sectores decididos a separarse y volver a la Europa comunitaria.


La situación de Irlanda del Norte fue el gran e inesperado obstáculo del Brexit. Reimponer una frontera “dura” con la República de Irlanda (miembro de la UE) amenazaba las bases de los Acuerdos del Viernes Santo de 1998, que selló la histórica paz entre católicos y protestantes (3.600 muertos entre 1969 y 1998).


La jurisdicción seguirá dentro de la unión aduanera del Reino Unido, con controles por definir en el Mar de Irlanda. Pero podrá sumarse a los acuerdos comerciales que Londres firme con otros países, mientras sigue acatando las reglas del mercado único europeo para mantenerse conectada con el resto de la isla irlandesa.


Pero todo ello depende de la evolución de las negociaciones durante este año. En 2016, los norirlandeses votaron mayoritariamente (56%) por seguir en Europa. En diciembre pasado, después de años de un largo bloqueo, católicos y protestantes volvieron a formar un gobierno de unidad para evitar una intervención de Londres y su Parlamento tendrá la última palabra en las negociaciones de Johnson con la UE.


La situación es más delicada en Escocia (66,6% contra el Brexit), gobernada por el Partido Nacionalista Escocés (SNP), que ganó 48 de las 59 bancas en juego del Parlamento británico levantando la bandera de otro referéndum de independencia.


En 2014, los escoceses dijeron no en las urnas a la idea de separarse del Reino Unido, pero ajustadamente (55%). Por entonces ignoraban que Londres los sacaría de la UE. Johnson, rechazó la posibilidad de organizar un segundo referéndum, pero la ministra principal escocesa, Nicola Sturgeon (SNP), insiste tras su éxito electoral en 2019 en que Westminster debe autorizarlo.


La nación de Gales, que en 2106 votó también a favor del Brexit pero quedó muy dividido (52,5%), fue escenario en 2019, en Cardiff, de las primeras manifestaciones pro independencia de su historia, una movimiento que por ahora moviliza a uno de cada diez galeses pero no ha dejado de crecer últimamente.


Sin embargo, buena parte de la suerte del Reino Unido fuera de la UE pasa por la economía. Poco antes del referéndum de 2016, el propio Tesoro británico publicó una estimación según la cual el Brexit reduciría el PIB del Reino Unido un 6% respecto de la UE para 2030, a un costo anual de 4.300 (6.200 dólares) por hogar.


En el corto plazo, el Brexit puede afectar negativamente a la mayoría de los países de la UE -especialmente a grandes economías, como Francia y Alemania. Pero una opinión extendida es la del expresidente del Consejo Europeo, Donald Tusk:"Tras su partida, el Reino Unido se convertirá en un jugador de segunda categoría".


Johnson responde a los británicos que su Estado será capaz, ahora, de redirigir fondos a invertir en sectores con grandes problemas estructurales como el sistema público de salud, la seguridad callejera y la infraestructura en general.


El tiempo post Brexit se torna ahora más complejo e incierto, por un contexto de guerras comerciales y estancamiento global que pondrá a prueba los optimistas planes de Johnson, de dar luz a una nueva “Gran Bretaña Global”, pero también la real disposición de los británicos a vivir totalmente fuera de la UE.

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