Un mes después de un devastador terremoto en Marrakech (Marruecos), unas 14.000 personas se han reunido en la antigua ciudad imperial con motivo de las reuniones anuales del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.
Estas instituciones mundiales se crearon hace 79 años en Bretton Woods, New Hampshire. Hoy en día, la cooperación y la gobernanza mundiales están rotas y necesitan una reforma importante. Al igual que la ciudad de Marrakech sintió la urgencia de reconstruir para las reuniones, los líderes nacionales sienten la presión de reconstruir las instituciones.
Al celebrarse en medio del devastador ataque de Hamás contra Israel, la guerra en curso en Ucrania, la rivalidad entre Estados Unidos y China y muchos otros conflictos geopolíticos, el propósito declarado de las reuniones es "revitalizar la cooperación mundial" y mitigar los riesgos de la "fragmentación geoeconómica impulsada por las políticas".
¿Es esta declaración sólo una aspiración vacía, o son las reuniones de Marrakech una oportunidad para restaurar un espíritu más cooperativo en la gobernanza mundial? ¿Hasta qué punto podemos esperar que este acontecimiento sea sísmico?
A primera vista, hay razones para el optimismo. Una de ellas es la creciente atención que se presta a África y su importancia cada vez mayor en la economía y la gobernanza mundiales. La decisión de celebrar las reuniones en África fue significativa por sí misma. Además, hay planes en marcha para asignar un tercer puesto a los países africanos en los consejos ejecutivos y comités ministeriales del Banco Mundial y el FMI, y el Grupo de los Veinte (G20) ha incorporado a la Unión Africana a su composición oficial.
Estos pasos, de seguirse, señalarían el final de una larga era de condescendencia neocolonial hacia África. Es un buen augurio para un reequilibrio positivo de la gobernanza y la cooperación mundiales.
Un segundo motivo de optimismo es el creciente reconocimiento de la necesidad de reformas fundamentales. El FMI y el Banco Mundial han intentado -no siempre con éxito- ceñirse a sus responsabilidades básicas y a su experiencia al tiempo que se expandían en respuesta a una economía mundial cada vez más compleja. Ha llegado el momento de reevaluar la estructura establecida hace casi ocho décadas.
Sin embargo, no es difícil encontrar razones para el pesimismo, sobre todo porque los llamamientos a la reforma parecen cada vez más vacíos cuanto más de cerca se examinan.
En primer lugar, las propuestas concretas de reforma mantienen prácticamente inalteradas las estructuras institucionales. Incluyen otro escaño para África, una pequeña reorientación del poder de voto hacia las economías de rápido crecimiento, más dinero para préstamos y más énfasis en la lucha contra el cambio climático, la reducción de la pobreza extrema y la promoción de la diversidad tanto en el lugar de trabajo como en general.
Todos estos son avances positivos, pero no abordan las principales líneas de crítica que se han dirigido al Fondo y al Banco. Las estructuras dispersas y solapadas seguirán existiendo.
En segundo lugar, aunque el FMI y el Banco Mundial se reconstruyeran por completo, seguirían funcionando sin una supervisión eficaz y sin un sistema global de gobernanza mundial. Son agencias especializadas independientes de Naciones Unidas, que no tiene forma de guiarlas. Responden en gran medida a las orientaciones del G20, un grupo que siempre ha carecido de legitimidad porque excluye arbitrariamente a muchos de los países soberanos del mundo.
En la actualidad, la eficacia del G20 se está viendo mermada por graves disputas políticas en el seno de sus miembros. Estas limitaciones persistirán. Si todo lo que se consigue con la reforma es volver a encerrar al FMI y al Banco Mundial en espacios un poco más grandes, la gobernanza mundial seguirá siendo fragmentada e ineficaz.
Hace tres años, la Directora Gerente del FMI, Kristalina Georgieva, reconoció que el mundo se enfrentaba a un "momento Bretton Woods", en el que los líderes debían "luchar hoy contra la crisis [COVID-19] y construir un mañana mejor". La lucha se está ganando, pero la tarea de construcción está aún en fase de redacción.
El progreso requiere aprender las lecciones de Bretton Woods. ¿Por qué tuvo éxito aquella famosa conferencia de 1944, mientras que todos los demás esfuerzos similares han fracasado?
Una lección es que la reforma debe ser integral. Las instituciones de Bretton Woods se crearon junto a las Naciones Unidas como sustituto de la fracasada Sociedad de Naciones. La alianza victoriosa de la Segunda Guerra Mundial siguió funcionando partiendo de cero para construir un nuevo orden mundial.
Una segunda lección es que los fundadores comprendieron que tenían que empezar con la alianza y luego invitar a otros países a unirse a ellos cuando estuvieran dispuestos a aceptar las nuevas reglas del juego. La cooperación universal era el objetivo final, pero sólo podía alcanzarse mediante una adhesión gradual. Una tercera lección es que la reforma debe tener objetivos claros. Reconocer que el sistema está roto es un primer paso vital, pero definir cómo reconstruirlo es igualmente vital y mucho más difícil.
Estas lecciones de Bretton Woods se aplican hoy en día. Hay que reestructurar las Naciones Unidas para que funcionen eficazmente. A menos que eso ocurra, y a menos que el FMI y el Banco Mundial puedan operar dentro de un orden mundial global con normas y responsabilidades claras, hablar de reforma sólo servirá para perpetuar los agravios sobre la gobernanza global que se han vuelto demasiado familiares.
Publicado el 16/10/2023
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