SINGAPUR – La relación bilateral más importante del mundo (la de Estados Unidos con China) es también una de las más inescrutables. Plagada de paradojas, malentendidos y desconfianza, se ha vuelto fuente de gran incertidumbre y, potencialmente, inestabilidad grave. El ejemplo más visible es la guerra comercial que se está gestando entre ambos países.
La clave de la disputa, que inició el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump, es el supuesto de que el déficit comercial de Estados Unidos es demasiado grande, y que la culpa es de China. El secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Steve Mnuchin, llegó a exigir a China una reducción unilateral de 200 000 millones de dólares de su superávit comercial con Estados Unidos antes de 2020.
Pero los economistas más sensatos coinciden en que los déficits comerciales de Estados Unidos son resultado de factores económicos estructurales internos, en particular un bajo nivel de ahorro de los hogares, la persistencia del déficit fiscal y la función del dólar estadounidense como principal moneda de reserva del mundo. Según Joseph Gagnon, investigador superior en el Instituto Peterson de Economía Internacional, si Estados Unidos quiere reducir el déficit comercial, lo primero que tiene que hacer es reducir su inmenso déficit fiscal.
Pero tampoco está claro que haya necesidad urgente de bajar el déficit comercial de Estados Unidos (aunque sin duda es cuantioso), ya que este país, a diferencia de otras economías, tiene cómo vivir por encima de sus posibilidades. La condición de moneda de reserva del dólar le permite absorber la mayor parte de los ahorros del resto del mundo y así financiar la falta de ahorro propio. Además, como señaló en febrero el Consejo de Asesores Económicos de Trump, en servicios Estados Unidos tiene superávit comercial con el mundo (incluida China).
Pero no es sólo la administración Trump la que está reñida con la argumentación económica racional. La estrategia comercial de Trump para China tiene más apoyo de la opinión pública estadounidense que el resto de sus políticas, porque la mayoría de los estadounidenses (incluidos muchos que en general se oponen a Trump) están convencidos de que China no juega limpio. Por ejemplo, el comentarista político Fareed Zakaria aseveró que hay “una cuestión fundamental” en la que Trump tiene razón: que China “hace trampa” en lo comercial.
Pero con tanto criticar a China se olvida que las importaciones de bienes baratos chinos mejoraron drásticamente la calidad de vida de los trabajadores estadounidenses, cuyo ingreso medio lleva cuarenta años estancado. Según la consultora Oxford Economics, con la compra de importaciones chinas, las familias estadounidenses ahorran unos 850 dólares al año. No es una cifra menor, dado que el 63% de los hogares estadounidenses no tienen ahorrados ni siquiera 500 dólares para emergencias.
Es verdad que el libre comercio con Estados Unidos y el resto del mundo permitió a China lograr la reducción de la pobreza más rápida de la historia de la humanidad. Pero eso no implica que China se esté quedando con la mayor parte de los beneficios económicos. Por ejemplo, la fabricante china Foxconn sólo gana 7,40 dólares por cada iPhone que se vende a 800 dólares; la mayor parte del valor va a los estadounidenses.
Las autoridades chinas han abrazado lo que con justicia puede considerarse la principal exportación que hizo Occidente: la teoría económica moderna. Pero siguen sujetas a decisiones nocivas que toma un Estados Unidos plagado de malentendidos. La cuestión es ¿cederá China a la presión estadounidense?
La dirigencia china es básicamente pragmática. Si para evitar una colisión hacen falta unas pocas concesiones simbólicas (como la restricción voluntaria de exportaciones que aceptó Japón en los ochenta), China puede hacerlas. Pero si se le plantean demandas mayores (y sin justificación económica) es probable que China se mantenga firme.
El ejemplo más obvio es la demanda de Mnuchin a Beijing de que abandone el plan “Made in China 2025”. China ya ha padecido controles a la exportación de equipos estadounidenses de alta tecnología (incluida la reciente prohibición por siete años de la venta de software o componentes de empresas estadounidenses a la ZTE Corporation). No va a renunciar a la búsqueda de desarrollo en alta tecnología, elemento crucial de una clara estrategia a largo plazo que busca un ascenso de la economía china en la cadena global de valor.
En síntesis, por muy racional que intente ser China, la posibilidad de una guerra comercial (que perjudicaría a las dos partes) es real, y la creciente agitación en la relación bilateral la hace cada vez más probable.
Durante una licencia sabática de tres meses en dos importantes universidades estadounidenses pude apreciar hasta qué punto la actitud hacia China ha empeorado en años recientes. Si las autoridades chinas conocieran la magnitud del cambio (y yo informé de esto a una autoridad importante), comprenderían que las políticas mesuradas y racionales que aplicaron en relación con Estados Unidos en los últimos veinte años tal vez no sirvan para los próximos veinte.
Haría falta todo un libro para explicar por qué la opinión que se tiene de China en Estados Unidos se ha vuelto tan negativa. Pero algunas razones son obvias. En el transcurso de la próxima década, China superará económicamente a Estados Unidos, pese a no ser una democracia. Personas muy reflexivas me han dicho en Estados Unidos que no tendrían problemas con una China más grande, siempre que fuera democrática.
En esto también hay algo de irracionalidad: una China democrática sería mucho más vulnerable a presiones populistas y nacionalistas, lo que probablemente la convertiría en un socio bilateral más difícil. Pero Estados Unidos sigue cegado por la ideología, y eso le impide ver los beneficios de una China guiada por la racionalidad económica.
En el futuro, los historiadores lamentarán que la política a largo plazo de Estados Unidos en relación con China no haya sido también fruto de un cálculo mesurado. Y es probable que apunten a la polarización política y al simplismo ideológico (compartidos por muchos que deberían haberse dado cuenta de lo que hacían) como los factores que condujeron a Estados Unidos a un conflicto muy perjudicial y totalmente innecesario.
Publicado por Kishore Mahbubani en Project Syndicate