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CORONANOMICS 101, POR BARRY EICHENGREEN

Actualizado: 19 mar 2020

En la lucha contra la pandemia de COVID-19, los economistas, los encargados de la formulación de políticas económicas y los organismos como el G7 deberían reconocer humildemente que "todos los instrumentos apropiados" implican, sobre todo, los que utilizan los médicos y los epidemiólogos. La coordinación, la autonomía y la transparencia deben ser la consigna.



La semana pasada, los ministros de Finanzas y los gobernadores de los bancos centrales del G7 se comprometieron a usar "todas las herramientas políticas apropiadas" para contener la amenaza económica que supone el COVID-19. La pregunta que quedó sin respuesta es qué es lo apropiado, y qué funcionará.


Los especialistas en salud pública de Estados Unidos y de otros países deben centrarse de lleno en reunir más datos sobre la forma en que se propaga el COVID-19 y sobre los segmentos de la población más vulnerables. Responder estas preguntas lo más rápido posible se ha convertido en una cuestión de vida o muerte.


La respuesta inmediata tomó la forma de recortes en las tasas de interés de los bancos centrales, con la Reserva Federal de Estados Unidos al frente. Aunque los bancos centrales pueden moverse rápidamente, no está claro cuánto pueden hacer, dado que las tasas de interés ya están en niveles mínimos. En cualquier caso, que la Reserva Federal no haya coordinado su reducción de tasas con otros grandes bancos centrales envió una señal negativa sobre la coherencia de la respuesta.


Además, la política monetaria no puede reparar las cadenas de suministro rotas. Brad DeLong ha tratado de convencerme de que una inyección de liquidez de los bancos centrales puede ayudar a que el tráfico mundial de contenedores vuelva a moverse, como en 2008. Pero el problema entonces fue la interrupción del flujo financiero, que las inyecciones de liquidez de los bancos centrales podían reparar.


El problema hoy, sin embargo, es una repentina parada en la producción, frente al que la política monetaria puede hacer poco para compensar. El presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, no puede reabrir fábricas cerradas por cuarentena, a pesar de lo que piense el presidente Donald Trump.


De la misma manera, la política monetaria no hará que los compradores vuelvan a los centros comerciales o los viajeros vuelvan a los aviones, en la medida en que sus preocupaciones se centran en la seguridad, no en el costo. Los recortes de las tasas no pueden hacer daño, dado que la inflación, ya moderada, se dirige a la baja; pero no se debe esperar mucho estímulo económico real de ellos.


Lo mismo es cierto, lamentablemente, de la política fiscal. Los créditos fiscales no conseguirán que se reanude la producción cuando las empresas están preocupadas por la salud de sus trabajadores y el riesgo de propagación de enfermedades. Los recortes de impuestos a los salarios no impulsará el gasto cuando los consumidores están preocupados por la seguridad de su cadena de comida rápida favorita.


Por lo tanto, la prioridad debe ser la detección, la contención y el tratamiento de la pandemia. Estas tareas requieren recursos fiscales, pero su éxito dependerá sobre todo de la competencia administrativa. Restablecer la confianza del público requiere transparencia y precisión en la notificación de infecciones y muertes. Requiere dar a las autoridades de salud pública el tipo de autonomía de que gozan los bancos centrales independientes. (Desafortunadamente, esto no es algo que le sale naturalmente a líderes como Trump).


Aún así, la política fiscal expansiva, al igual que la política monetaria expansiva, no harán daño. En esto, Italia ha mostrado el camino posponiendo los pagos de impuestos e hipotecas, extendiendo los créditos fiscales a las pequeñas empresas y aumentando otros gastos. Estados Unidos, hasta ahora, ha mostrado menos disposición a actuar fallando incluso en animar a la gente a someterse a un test y ayudándola a pagar sus facturas médicas.


Un obstáculo para el estímulo fiscal es que sus efectos se filtran al extranjero, porque parte del gasto adicional se destina a las importaciones. Como resultado, cada autoridad fiscal duda en actuar y los gobiernos colectivamente proporcionan menos estímulo del que se necesita. Esto justifica la coordinación de las iniciativas fiscales, como hicieron los países del G-20 en 2009.


Pero, según los criterios de 2008, el reciente comunicado del G7 en el que se prometieron "todas las medidas apropiadas" fue algo que contribuyó muy poco a reforzar la confianza en que los gobiernos adoptarán las medidas concertadas que se reclamaban al empeorar las condiciones mundiales.


También hay halcones fiscales y celosos de la política monetaria que afirman que cualquier intervención oficial será contraproducente. Advierten que los sistemas financieros se verán perjudicados si los bancos centrales llevan las tasas de interés a territorio negativo. Si bien es cierto que se justifica una tasa de interés debajo de cero cuando es el caso, todo indica que estamos todavía muy lejos de este punto.


Además, se nos advierte que el estímulo fiscal de los gobiernos con grandes deudas socavará la confianza, en lugar de reforzarla. Se dice que Japón ya está peligrosamente sobreendeudado. Este argumento exagerado ignora el hecho de que el gobierno japonés tiene amplios activos del sector público para compensar sus deudas.


También se nos recuerda que Estados Unidos acumula muchos subsidios, un argumento que ignora el hecho de que la tasa de interés de la deuda pública está siempre por debajo de la tasa de crecimiento de la economía. Y mientras que las empresas estatales de China pueden tener deudas generalizadas, su sistema financiero estrictamente controlado limita el riesgo del tipo de crisis que los críticos del país han estado pronosticando erróneamente durante años.


Los bancos centrales y los líderes políticos, ante una crisis mundial, deberían ignorar estos argumentos falaces y utilizar las políticas monetarias y fiscales para asegurar la liquidez del mercado, apoyar a las pequeñas empresas y fomentar el gasto.


Pero deben reconocer que estas respuestas de libro de texto sólo tendrán efectos limitados cuando el problema no sea la escasez de liquidez, sino más bien la alteración de las cadenas de suministros y el contagio del miedo.


Hoy, la estabilización económica depende sobre todo de la actuación de las autoridades de salud pública, a las que se debe dar los recursos y el margen de maniobra necesarios para realizar su labor, incluida la libertad de cooperar con sus homólogos extranjeros.


En la lucha contra la pandemia de COVID-19, los economistas, los encargados de la formulación de políticas económicas y los organismos como el G7 deberían reconocer humildemente que "todos los instrumentos apropiados" implican, sobre todo, los que utilizan los médicos y los epidemiólogos. La coordinación, la autonomía y la transparencia deben ser la consigna.


Publicado el 10 de marzo de 2020, por Project Syndicate.

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