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EL DESPEGUE DE LA ASTROPOLÍTICA

La conquista humana del espacio exterior ingresa en una nueva fase en la que nuevas realidades geopolíticas terrestres, desde la desglobalización a los conflictos, se proyectan en las iniciativas científicas, tecnológicas, militares y económicas de Estados que compiten y se reagrupan en bloques. ¿Habrá gobernanza espacial?



La interminable lista de misiones a la Luna, Marte y más allá en el espacio exterior programadas para los próximos años desborda las expectativas sobre fabulosos descubrimientos, pero todas ellas se inscriben en una carrera que, al cabo de ocho décadas, sigue respondiendo al entramado geopolítico que impera en la Tierra.


La conquista humana del espacio comienza a espejar velozmente en nuestros días la transición desde una fase de tres décadas en la que dominó la cooperación internacional a otra de formación de bloques astropolíticos, con reminiscencias de la Guerra Fría bajo cuyo sino comenzó la epopeya de los primeros viajes orbitales.


Así como la conquista de la Luna quedó marcada por la carrera entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, la planificación de misiones y la construcción de estaciones espaciales se ve fuertemente influenciada por la ratificación de las ambiciones de Washington y Moscú, pero ahora desafiadas por el ascenso de China, la creciente autonomía de Europa y la participación de naciones asiáticas.


Cooperación y negocios


Estación Espacial Internacional (ISS) orbitando la Tierra.


Tan lejos como en 1967, impulsado por la URSS, el programa Interkosmos incluyó a casi todos los miembros del Consejo de Asistencia Económica Mutua (COMECON) -los países del bloque oriental, con otros Estados socialistas como Mongolia y Vietnam- y hasta Francia, Reino Unido, Japón, Austria, Siria e India.


El Tratado de las Naciones Unidas sobre el Espacio Exterior de 1967 establece que ningún Estado puede reclamar ninguna parte del espacio. Luego, el Acuerdo de la ONU sobre la Luna de 1979 impidió su explotación comercial, pero varios países (EEUU, China y Rusia) se negaron a firmarlo y sólo tiene 18 Estados parte.


En 1998, cuando China ya era vista como un competidor para Occidente, el mundo asistió al montaje de la primera Estación Espacial Internacional (ISS), fruto de una cooperación que acopló módulos de Estados Unidos, Rusia, Canadá, Japón y la Agencia Espacial Europea, pero excluyó expresamente a Beijing, en un anticipo de las dificultades que le esperan a la incipiente gobernanza espacial.


En paralelo a las actividades de la ISS, China desarrolló entonces sus propios programas espaciales, con sondas, módulos de aterrizaje, rovers y hasta su propia estación espacial Tiangong (2022), un gran esfuerzo que -como para el resto del mundo- implica la movilización de recursos científicos, pero también económicos.


Público y privado


La vida cotidiana en la Tierra, desde la de las personas que se comunican como nunca antes en la Historia hasta grandes corporaciones que comercian con sus datos -bajo la atenta vigilancia de los Estados-, ofrece muestras de sobra la incidencia económica de los frutos científicos y tecnológicos de la carrera espacial.


Es imposible explicar la actualidad de actividades como la agricultura o las telecomunicaciones, la navegación o la meteorología, sin tomar en cuenta los desarrollos tecnológicos nacidos de la carrera espacial, como los satelitales.


En esa continuidad, grandes corporaciones formadas durante las últimas dos décadas al impulso de las nuevas tecnologías orientan inversiones millonarias al espacio (los “astromillonarios” Jeff Bezos o Elon Musk son casos muy conocidos) con el visto bueno de Estados necesitados de más inversiones y tecnología (EEUU invirtió 54,1 mil millones en 2021, contra 10,3 mil millones de China).



Respecto de 1957 o 1969, cuando la URSS puso en órbita el Sputnik o EEUU llevó al hombre a la Luna, algunos Estados cuentan con una participación mucho más amplia del sector aeroespacial privado, tecnológica y financiera. Tres empresas privadas (Blue Origin, SpaceX y Dynetics) desarrollarán aterrizadores para los alunizajes de la NASA. En 2020, SpaceX llevó astronautas hacia y desde la ISS, y Bezos provee con Starlink un servicio privado de Internet que abarca 32 países y al menos 1.800 satélites.


De EEUU a China y los BRICS



China, la gran potencia aeroespacial emergente (lanzó su primer satélite en 1970), creó su Administración Espacial Nacional en 2003 con un presupuesto anual inicial de unos 300 millones de dólares, a través de su Corporación de Investigación y Ciencia Aeroespacial, pero en 2016 permitió la participación de empresas privadas que ya invierten unos 1.500 millones de dólares al año, según la prensa estatal.


La administración de la información que circula por el espacio -en forma de miles de millones datos recopilados y transmitidos a través de satélites, naves, estaciones y telescopios- implica un potencial financiero, político y militar que mueve a los Estados a reunir todos los recursos posibles para mantener o ganar hegemonía en la geopolítica terrestre. Las proporciones de ese esfuerzo son menores que en la Guerra Fría, pero enormes: la astropolítica como extensión de la geopolítica.


En 2019, Estados Unidos creó una nueva rama de sus fuerzas armadas, la American Space Force, una evidencia de la proyección que en términos de defensa harán las principales potencias desde la Tierra sobre un escenario espacial. Así, ante cualquier amenaza externa, la ciberseguridad ya importa tanto como un ejército convencional. En la guerra de Ucrania, la información recopilada desde el espacio está siendo, sin duda, determinante para Kiev y para Moscú.


Para Washington, el control y explotación del espacio ultraterrestre tendrá un rol decisivo en la “competencia entre grandes poderes” del Siglo XXI. La Estrategia Espacial de Defensa publicada por el Departamento de Estado en 2020 reconoce que los “dominios de la guerra” ya se extienden más allá de los confines de la Tierra.


Por su parte, Beijing asignó en 2004 una importancia de primer orden al espacio exterior. A lo largo de las últimas dos décadas, tanto comunicados de las máximas oficinas gubernamentales como documentos del Ejército Popular de Liberación detallaron la prioridad de tutelar la informatización de la guerra y las amenazas de cualquier tipo de dependencia en la carrera espacial. Incluso la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) contempla apartados sobre el control satelital del transporte y el monitoreo ultraterrestre de los proyectos de infraestructura y comercio.


La falta de cooperación internacional, al margen de definir conflictos armados o desigualar el desarrollo pacífico, puede adicionalmente afectar de manera directa los esfuerzos científicos por hacerle frente a problemas globales de fondo, como el cambio climático, la biodiversidad y la inseguridad alimentaria, para los cuales los conocimientos derivados de la carrera espacial pueden ser determinantes.


A su vez, desde 2021, la cooperación del Grupo BRICS en teledetección incluyó seis satélites y cinco estaciones terrestres. Para seguir, China prevé un plan de desarrollo en dos etapas. Una primera etapa, de constelación virtual de cinco satélites, uno de cada país miembro, y una segunda de cooperación más coordinada, de acuerdo con los planes de desarrollo espacial de cada uno.


Según la CNSA china, en enero de 2022 China tenía 499 satélites en órbita y 169 para Rusia, 61 para India, 13 para Brasil y 3 para Sudáfrica.


Bloques en formación



La desglobalización en marcha, ya descrita por un sinnúmero de analistas, está trasladando sus lógicas, mecanismos y conflictos a la actividad aeroespacial de los Estados que protagonizan las iniciativas y los proyectos más ambiciosos.


Coordinada por Estados Unidos, Rusia, Japón, Canadá y la Agencia Espacial Europea (1975, 22 países), la ISS -heredera de la Mir rusa- recibió desde 1998 a 253 astronautas que realizaron más de 3.000 experimentos. Pero el conflicto en Ucrania impactó en ese modelo de cooperación.


Como parte de las sanciones por el conflicto en Ucrania, la UE excluyó a Moscú de sus dos programas de investigación más importantes (Horizonte Europa y Horizonte 2020) y la ESA suspendió hasta 2024 el proyecto conjunto ExoMars, para explorar Marte en busca de pruebas de vida pasada, con una inversión de 1.500 millones de euros. Rusia, por su parte, cortó la venta de cohetes a Estados Unidos y suspendió lanzamientos desde la Guayana Francesa.


Rusia tenía planeado dejar la ISS en 2024 para dedicarse a su propio desarrollo espacial, pero por ahora la estatal rusa Roskosmos proporciona los cohetes que usa la estación internacional para mantenerse en su órbita a 400 km de la Tierra.


Moscú condiciona ahora ese aporte a que Occidente levante las sanciones impuestas por su invasión de Ucrania, aunque el sector privado puede terminar salvando ese problema, según la ESA, que considera dejar la gestión de la órbita cercana al planeta a empresas para dedicarse a la exploración espacial.


Mientras tanto, en la última década China ha lanzado más de 200 cohetes, envió una misión no tripulada a la Luna (Chang'e 5), 14 astronautas al espacio (contra 340 de EEUU y 130 de la URSS-Rusia) y, en junio pasado, lanzó la nave Shenzhou 14, para acoplarse con otros módulos e inaugurar a finales de año su propia estación, el Palacio Celestial, primera competencia de la ISS. El país ya dispone de una tercera generación de satélites orbitales, Beidou-3, que le garantiza la cobertura del GPS.


En paralelo, esta fragmentación de esfuerzos exhibe a la nueva Agencia Espacial Africana (55 países), la Agencia Espacial de América Latina y el Caribe (7) y el Grupo de Coordinación Espacial Árabe (12). Japón, Corea del Sur, Rusia y Emiratos Árabes Unidos preparan sus propias misiones lunares, mientras India lanzó su segunda gran misión a la Luna y proyecta su estación espacial en 2030.


Luego están los Acuerdos Artemis, liderados por Estados Unidos desde 2020 y acompañados por otros 17 países, con el objetivo de devolver personas a la Luna para 2025 y establecer un marco de gobierno para la exploración y la minería en el satélite, con una estación en su polo sur, pero también en Marte y otros planetas.


En 2019, Rusia y China unieron fuerzas para enviar también humanos a la Luna y montar una Estación Internacional de Investigación Lunar, pero en 2026. Moscú y Beijing rechazaron sumarse a los Acuerdos Artemis coordinados por Washington.


En este mosaico de asociaciones, puede mencionarse también la Organización de Cooperación Espacial Asia-Pacífico, creada en 2005, liderada por China e integrada por Bangladesh, Irán, Mongolia, Pakistán, Perú, Tailandia y Turquía, para desarrollar y lanzar satélites y activar el sistema de navegación BeiDou, un GPS chino.


Hay países, incluida Argentina, que sin dominar toda la cadena de desarrollo espacial posee competencias básicas, específicamente satelitales, pero también Emiratos Árabes o Australia, jugarán también su papel en la gobernanza espacial, encuadrados en algún bloque o bien desplegando un juego autónomo.


Presente y futuro


Estación Espacial Tiangong (Palacio Celestial), de China.


Hay expertos que al describir este “florecimiento de la economía espacial” y la multiplicación de misiones proyectadas, trazan paralelos con el siglo XV, entre las armadas comerciales marítimas de España, Portugal, Francia, la República Holandesa e Inglaterra que colonizaron Asia, África, Oceanía y América, y los complejos industriales espaciales actuales que pueden reeditarlo en el espacio.


Así, evocando la Compañía de las Indias Orientales, la Compañía de la Bahía de Hudson o la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, señalan a naciones con vocación espacial que cultivan patrocinadores privados para sus programas -desde los años 60 dirigidos, financiados y operados desde lo público- e imaginan una próxima colonización que, sin embargo, llevará mucho más tiempo y necesita evitar los errores históricos cometidos en la Tierra hace cinco siglos.


Periódicamente, científicos especializados identifican misiones de investigación planetaria para toda una década por venir y lo hicieron este año en el Planetary Science and Astrobiology Decadal Survey 2023-2032, que pone énfasis esta vez en Marte, una luna de Saturno, Encélado, y otros planetas.


Por ahora, estas son las misiones que dominan el panorama de 2022:


El Telescopio Espacial James Webb, de la NASA.


Sucesor del Hubble, el Telescopio Espacial James Webb (JWST), de la NASA, lanzado en 2021, comienza este año a realizar observaciones científicas. Es el más potente, más complejo y más caro hasta hoy. La agencia lanzará este año un cohete de Space X para explorar el asteroide metálico Psyque desde 2026.


. Este año también partirá hacia la Luna el Artemis-1 de la NASA, que estrenará el cohete gigante SLS para enviar la cápsula no tripulada Orión. El programa Artemis se propone culminar en 2025 con una misión tripulada que incluya al menos una mujer. También planean llegar pronto a la Luna la japonesa JAXA, la india ISRO y la rusa Rokocosmos, además de Emiratos Árabes Unidos y Corea del Sur.


. Los privados también planean llegar este año a la Luna. La misión Intuitive Machines 1 (IM1) llevará el robot Nova C y la IM2 buscará taladrar el polo sur del satélite para tomar muestras del suelo. El robot Peregrine, de Aerorobotic, irá a la Luna con el cohete Vulcan Centaur, de United Launch Alliance, un “taxi” no tripulado para trasladar experimentos científicos y hasta seis pasajeros desde y hacia la ISS.


. La agencia europea ESA continuará la misión del Solar Orbiter, esta vez en torno de Venus, para observar mejor el Sol, mientras China programó su primera misión al Sol e India el lanzamiento del telescopio solar espacial, el Aditya-L1. Los europeos también planean lanzar la misión Jupiter Icy (JUICE), que debería llegar al Sistema Joviano en 2029 y estudiar durante tres años Ganímedes, Europa y Calisto.



La luna Júpiter, de Saturno, desde la nave Voyager.


También seguirá con sus misiones Space X, que planea probar Starship, un gran cohete reutilizable para transportar hasta 100 toneladas a la órbita baja, satélites para ampliar su red de internet Starlink. En marzo, concretó el primer vuelo turístico privado a la ISS (55 millones de dólares pagó cada uno por pasar una semana en la estación espacial, en la que tres japoneses habían estado en 2021).


. La nave europea no tripulada BepiColombo, de la ESA, hará un segundo sobrevuelo de Mercurio, a donde llegó en 2021; la misión DART, de la NASA, llegará a una luna del asteroide Dídimos para modificar su órbita y la Juno sobrevolará a 350 km de altitud Europa, una luna de Júpiter.


. Las empresas Boeing y ULA lanzaron a la ISS la cápsula no tripulada Starliner, en abierta competencia con los servicios que empezó a prestar Space X.


Publicado el 28/06/2022

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