El presidente Joe Biden concluye su primer año de administración con algunos logros indisimulables, como la recuperación de la economía, el empleo, los salarios e inversiones millonarias para la infraestructura del país, pero las nuevas olas de COVID19, la inflación y las divisiones en su propio partido, sumados a conflictos externos, afectaron su popularidad y las posibilidades de que los demócratas retengan su ajustada mayoría en el Congreso en las legislativas de 2022.
El primer gran examen para la administración del presidente Joe Biden será recién el 8 de noviembre, pero su primer año de gobierno deja por ahora un balance de resultados mixtos que reduce las opciones del Partido Demócrata de retener su ajustada mayoría en el Congreso, que renovará un tercio del Senado, empatado ahora 50-50 con los republicanos, y toda la cámara baja (435 representantes).
La lista de aciertos es tan nutrida como la de problemas sin resolver. De un lado, la recuperación de la economía, del empleo y de los salarios, la aprobación de un plan de inversiones millonarias para la resentida infraestructura del país y una formidable campaña de vacunación contra el COVID-19. Todo eso, en un ambiente político interno menos estresante que el de la Administración Trump.
Del otro, un aumento inédito en décadas de la inflación (7% anual), la dificultad para convencer a millones de estadounidenses de vacunarse cuando arrecia otra ola de COVID-19 que rompe récords de contagios, la pérdida de influencia global tras la precipitada salida militar de Afganistán y, finalmente, las tensiones entre los demócratas a la hora de sostener unívocamente a Biden en su gestión.
En su discurso de investidura de 2020, apenas dos semanas después del asalto del 6 de enero al Capitolio por turbas trumpistas que desconocían su triunfo, Biden lanzó un mensaje de esperanza y de renovación del espíritu estadounidense: “La democracia ha prevalecido -digo- la unidad es el camino a seguir”.
Un año más tarde, con la investigación de los episodios abierta y 71 condenas para los más de 700 asaltantes investigados, ese espíritu de cohesión nunca se impuso y su aprobación popular descendió al 43%, según Gallup, todavía más baja que la del propio Donald J. Trump en 2018.
En el aniversario del 6 de enero, Biden endureció su discurso hacia quien sigue siendo su principal adversario: “Ha creado un entramado de mentiras y lo ha hecho porque pone el poder por encima de los principios, porque cree más importante su interés que el de su país y porque su ego herido le importa más que nuestra democracia o nuestra Constitución”.
Con todo, Biden mantiene sus mejores expectativas: “No importa lo duro que sea el desafío, lo altos que sean los obstáculos, siempre lo superamos. El virus ha sido duro, pero nosotros hemos sido aún más duros. Hemos aprendido de nuevo lo que siempre hemos sabido: Estados Unidos no se rinde”.
Buenas
Biden recibió una de las administraciones más agitadas, conflictivas y desordenadas de los últimos tiempos, reflejada en los acontecimientos del Capitolio, que son todavía motivo de debates y juicios que alcanzan a Trump, cuya figura sin embargo sigue vigente entre los republicanos, lo mismo que su talante confrontativo. Muchos de sus partidarios insisten en que Biden incurrió en fraude en aquellos comicios.
Aún así, la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes y en el Senado impulsó las propuestas centrales de campaña, como el plan de inversiones de 1,2 billones de dólares en infraestructura destinado a modernizar puertos, aeropuertos, trenes de carga, carreteras, puentes, redes de carga de autos eléctricos y de banda ancha y obras para resistir mejor a sequías, incendios y huracanes.
En ese sentido, los demócratas abrazaron con fuerza el compromiso, prontamente cumplido por Biden, de reincorporar a Estados Unidos al Acuerdo de París (2016) sobre Cambio Climático y reengancharse con el conjunto de países líderes en la adopción de mayores metas de reducción de gases de efecto invernadero.
Biden liberó además cuantiosos fondos del Plan de Rescate, en total otros 1,9 billones de dólares, para distribuir cheques de uso directo entre cientos de miles de familias estadounidenses golpeadas por la crisis económica que trajo la pandemia y financiar programas para crear empleo, inspirado en el New Deal de los años 30.
Sobre el final de su primer año, Biden pudo celebrar también la caída de la tasa de desempleo, que en diciembre se situó en 3,9 %, por debajo del 4,4% del inicio de la pandemia (1,5 ofertas de empleo por cada desempleado), pese a un ritmo lento de creación de empleos. "Estados Unidos ha regresado al trabajo. Nuestra economía es significativamente más fuerte de lo que era hace un año".
No tan buenas
Empezando por la propia economía, el primer año de gestión dejó promesas sin cumplir, problemas agravados y otros nuevos, como el de la inflación, que alcanzó un nivel récord de 7% anual, la más alta desde 1982. Según el gobierno, el aumento de precios se debe -como en otros países- tanto a la tensión escasa oferta/alta demanda que acompaña la recuperación global como a la suba del petróleo, que hizo aumentar en 2021 casi 60% el combustible que usan los estadounidenses.
Los críticos de la administración, republicanos que siguen abrazando el neoliberalismo pero también algunos economistas cercanos a los demócratas, como el asesor presidencial Jason Furman, atribuyen también la inflación a la millonaria inyección de fondos públicos en la economía durante el primer año de Biden.
El otro megaproyecto estrella de la Administración Biden es el llamado Build Back Better (Reconstruir Mejor, en español), un revolucionario paquete social ambiental que el presidente imaginaba con 3,5 billones de dólares financiación para reducir la pobreza y ofrecer desde guarderías gratis a licencias de maternidad remuneradas pasando por reducir precios de medicina, ampliar el acceso a la salud y combatir el cambio climático, este último caballo de batalla de los demócratas más progresistas que tiene reservado medio billón de dólares en el proyecto.
Sin embargo, las negociaciones fueron reduciendo la posibilidad de fondos del Build Back Better a “sólo” 1,75 billones de dólares, en parte por la resistencia al aumento de impuestos a grandes corporaciones que lo financiarían. Esa disputa política involucra a los propios demócratas, al punto que el primer intento de aprobar el plan
fracasó por la firme negativa del senador Joe Munchin (West Virginia).
Su caso ofrece toda una metáfora política del momento: dada su férrea defensa del ajuste fiscal, los republicanos lo invitaron abiertamente a pasarse de partido y de bancada para romper el empate 50-50 que mantiene al Senado en un bloque sólo quebrado con el voto de la vicepresidenta y titular de la cámara, Kamala Harris.
Como telón de fondo, después de exhibir orgulloso un triunfo que parecía definitivo sobre la pandemia, las variantes Delta y, sobre todo, Ómicron (90% de los casos) del COVID-19 confirmaron los problemas del poder federal para doblegar la resistencia de millones de estadounidenses que se niegan a ser inmunizados, pese a la abundancia de vacunas de que dispone la mayor potencia económica mundial.
Casi el 40% de toda la población estadounidense sigue sin la inmunización completa, aunque el 70% de los adultos ya la tiene y más del 30% ya recibió la dosis de refuerzo (booster). Hoy, Estados Unidos sigue siendo el país del mundo más golpeado por la pandemia, con más de 54,2 millones de contagiados y más de 824.000 fallecidos. Y la Corte Suprema desautorizó en enero la obligación de vacunarse, testearse y usar barbijo para empleados de las grandes empresas.
Al mismo tiempo, el tribunal permite a la administración seguir adelante con un mandato de vacunación para la mayoría de los trabajadores de la salud en los EE.UU. Las órdenes del tribunal del jueves se produjeron durante un pico de casos de coronavirus causados por la variante omicrónica.
La administración también fue criticada por su demora en el envío de 500 millones de tests rápidos de COVID-19 a domicilio, prometido en diciembre, antes de la ola de contagios masivos con la variante Ómicron, que hubiera sido mejor contenida antes de las fiestas de haber estado disponibles las pruebas.
El plano externo
La Administración Biden, con la gestión del secretario de Estado, Antony Blinken, devolvió inmediatamente a Estados Unidos al carril central del multilateralismo que había abandonado la Administración Trump.
Así, reincorporó al país a la Organización Mundial de la Salud, al Acuerdo de París sobre cambio climático y participó de la Conferencia COP 26 en Glasgow. También, Washington pasó de bloquear el funcionamiento de la Organización Mundial del Comercio (OMC) hasta 2020 a comprometerse con la búsqueda de un consenso básico posible en 2022, a través de su nueva embajadora Katherine Tai.
“Como comunidad global, nuestro éxito está ligado al éxito de otros. Para cumplir con nuestro propio pueblo debemos involucrarnos profundamente con el resto del mundo”, declaró Biden en septiembre, en su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU. El presidente participó activamente de las iniciativas globales para contener la pandemia de COVID-19 e incluso avaló una suspensión temporal de patentes de vacunas en todo el mundo que sigue pendiente.
Sin embargo, la diplomacia estadounidense mantuvo un bajo perfil en algunos de los principales conflictos de 2021 (Siria, Etiopía, Myanmar) y sin iniciativas fuertes en la problemática de Medio Oriente. En cambio, el episodio internacional emblemático de esta primera etapa de la Administración Biden fue el desordenado retiro de sus últimas fuerzas militares del Afganistán que ahora gobierna el Talibán, al cabo de 20 años de la guerra que iniciaron los atentados del 11-S de 2001.
Las relaciones con China, Rusia e Irán dominaron la agenda exterior de la Casa Blanca. El ascenso de Beijing como potencia emergente y sus implicaciones económicas, tecnológicas y hasta militares sigue siendo máxima prioridad para el Departamento de Estado. En su última cumbre virtual, en noviembre, Biden le pidió a Xi Jinping promover una "competencia simple y directa", que "no se desvíe hacia un conflicto, ya sea intencionado o no". Pero Washington nunca desactivó la “guerra comercial” abierta por Trump, redobló su presión en asuntos de derechos humanos y le dio mayor relevancia al caso de Taiwán.
El otro foco exterior de atención -y tensión- en este primer año de Biden fue la Rusia de Vladimir Putin, de mejores relaciones con la Administración Trump. Si bien renovó el tratado de control de armas START, todo se complicó en Ucrania, donde a la anexión de facto de Crimea en 2018 Moscú sumó en 2021 la concentración de 100 mil tropas rusas en la frontera. En el final de 2021, los dos líderes plantearon sus diferencias en una cumbre virtual: Biden prometió una “respuesta decisiva” ante cualquier avance territorial ruso, mientras Putin rechazó la eventual incorporación de Ucrania a la alianza OTAN y una expansión de la alianza militar atlántica al Este.
Las diferencias con China y Rusia se tradujeron, a su vez, en la exclusión de las dos potencias del evento global que distinguió en 2021 la nueva diplomacia de la Administración Biden, la I Cumbre de la Democracia, que reunió a 110 países. América Latina sintió el peso de esas líneas rojas, con la exclusión de los gobiernos de varios países de la región, como Cuba (cuyo histórico bloqueo mantiene), Bolivia y la Venezuela de Nicolás Maduro. La política más específica hacia la región, aliviar las condiciones de los migrantes centroamericanos a uno y otro lado de la frontera con México, quedó bloqueada por el sistema judicial estadounidense.
En cuanto a Irán, con la llegada al poder en Teherán del líder ortodoxo Ebrahim Raisi se reactivaron las negociaciones sobre el Acuerdo Nuclear JCPOA de 2015, de control del programa atómico iraní, firmado con Alemania, Reino Unido, Francia, Rusia y China, y abandonado por Trump en 2018. Los europeos dan por cerrado el 80% de un nuevo acuerdo, pero el primer año de Biden termina sin resultados concretos y con las sanciones impuestas por la anterior administración vigentes.
Publicado el 14/01/2022