La tecnología ha democratizado los bombardeos. Donde hasta hace apenas cinco años era necesaria una Fuerza Aérea que, casi por definición, era patrimonio exclusivo de los Estados, hoy bastan unos pocos aviones sin piloto. El mejor ejemplo ha llegado esta semana, cuando en torno a 10 aparatos fabricados en Irán lograron borrar del mapa el 5% de la producción de petróleo del mundo contra el mayor complejo petroquímico del planeta, el de Abqaiq, en Arabia Saudí, y contra el de Khurais, en el mismo país.
Al Qaeda ya había atacado sin éxito Abqaiq con dos terroristas suicidas en sendos coches-bomba en 2006. Pero, donde los seres humanos fracasaron, los drones tuvieron éxito. Unos pocos impactos bastaron para reducir en más de la mitad el flujo de hidrocarburos que sale de esa planta, tan grande como 500 campos de fútbol.
Claro que los drones son cualquier cosa menos nuevos. De hecho, el primer intento de uso de aparatos no tripulados para la guerra podría haber causado una hecatombe humanitaria y cultural de dimensiones apocalípticas. Pero que nadie piense que eso pasó en tiempos de la Alemania nazi o el Japón imperial. Fue en julio de 1849, cuando el Imperio Austriaco, que estaba rodeando Venecia, lanzó 200 globos aerostáticos con bombas incendiarias contra la ciudad. Pero el viento salvó a los venecianos. Sólo uno de los artefactos alcanzó Venecia. El resto cayó lejos de sus objetivos y algunos incluso impactaron a los austriacos. Ahora, los drones celebran su 170º aniversario con un éxito que compensa aquel fracaso.
Pero, aunque tendemos a ver los drones como un resultado de los avances tecnológicos de las dos últimas décadas, ya llevan aquí bastante tiempo. Hace 54 años, la China de Mao Zedong exhibió los restos de ocho aviones sin piloto de EEUU que había derribado sobre su territorio y que habían partido de la isla de Okinawa. Era el llamado Type 147, una nave que era lanzada por un avión de transporte C-130 cuya tripulación lo controlaba de manera remota.
Los Type 147 tenían una autonomía de 2.000 kilómetros, y podían volar desde una altitud de 18 kilómetros hasta a ras de suelo, hasta el punto de que una secuencia fotográfica muestra a uno de esos aparatos pasando por debajo de un tendido de alta tensión en Vietnam del Norte. Después, en un "punto de encuentro" designado desde antes de que comenzara la misión, el Type 147 era "capturado" por un helicóptero. El sistema era tan eficaz que en 11 años de misiones sobre Vietnam del Norte EEUU no perdió ni un solo aparato por fuego antiaéreo, aunque sí por accidentes. En aquel mismo periodo, Israel logró dar un paso trascendental en la pequeña historia de los aviones sin piloto, cuando consiguió que éstos despegaran y aterrizaran desde pistas de aterrizaje, como aviones normales, sin necesidad de contar con aviones nodriza.
Pero todos aquellos drones tenían una limitación: sólo servían para misiones de reconocimiento. No llevaban armas. Y a veces la información que daban a los soldados que los manejaban no era bien gestionada. Eso es lo que pasó el 29 de enero de 1991, en mitad de la Primera Guerra del Golfo, cuando un dron de la Infantería de Marina de Estados Unidos detectó una columna de tanques de Irak que, en medio del descomunal bombardeo que estaba sufriendo las Fuerzas Armadas de ese país, había realizado una maniobra incomprensible o suicida: en vez de buscar refugio, decenas de tanques y vehículos blindados habían salido del Emirato de Kuwait, que ocupaban, y estaban avanzando hacia Arabia Saudí. El vídeo del dron, que había sido recuperado por los Marines, no dejaba lugar a dudas. Pero ningún general estadounidense se tomó en serio esa información. Los iraquíes estaban siendo pulverizados, así que no tenía sentido que estuvieran avanzando en una ofensiva.
En realidad, sí estaban atacando. Unas horas después de que el avión sin piloto entregara su vídeo, Irak tomaba la ciudad saudí de Jafyi, de 40.000 habitantes, que había sido evacuada antes del conflicto. Lo que siguió fue una brutal batalla en la que murieron cientos de iraquíes y que convenció a los generales de EEUU de que la guerra terrestre debía empezar pronto, porque las fuerzas de Sadam no tenían capacidad de enfrentarse a las de los aliados de Kuwait.
De lo que no les convenció, sin embargo, fue de la importancia de los drones. Cuatro años más tarde entraba en servicio en la Fuerza Aérea y en la CIA el que es verdaderamente el primer avión sin piloto autónomo, el MQ-1 Predator. Durante los seis años siguientes, ese aparato fue empleado en misiones de reconocimiento en las guerras de la antigua Yugoslavia, en Irak, y en Afganistán. Pero nunca llevó armas. Hasta que el 12 de octubre de 2000, Al Qaeda estuvo a punto de lograr lo que hubiera sido el primer hundimiento de un barco de guerra estadounidense desde la Segunda Guerra Mundial, cuando lanzó un ataque suicida contra el destructor Cole en el puerto de Adén, en Yemen. Murieron 12 marinos estadounidenses, y el barco quedó tan dañado que la Armada de EEUU tuvo que contratar un navío especial noruego especializado en transportar plataformas de petróleo para que lo cargara y se lo llevara de regreso a EEUU.
Cuando el Cole quedó fuera de combate, el Gobierno de Bill Clinton se estaba planteando armar a los AQ-1 con misiles antitanque y lanzarlos sobre Afganistán a la caza de Bin Laden. En enero de 2001, un AQ-1 disparó por primera vez misiles en un polígono de tiro en Nevada. El problema, sin embargo, era la mala información existente acerca de dónde estaba Bin Laden. EEUU incluso llegó a contactar al jefe de la resistencia antitalibán afgana Ahmad Shah Masud, para que les diera información sobre el terrorista. Pero el plan nunca acabó de arrancar, pese al entusiasmo de la CIA.
LA FUERZA AÉREA DE LOS POBRES
El 4 de septiembre de 2001, el Gobierno de George W. Bush aprobó un plan contra Al Qaeda que excluía el uso de drones armados. Cinco días después Masud fue asesinado por Al Qaeda, y una semana más tarde 3.000 personas murieron en EEUU en los atentados del 11-S. Cuando Washington empezó a bombardear Afganistán el 7 de octubre de ese año, entre los aviones atacantes había ya AQ-1 armados con misiles antitanque. De hecho, esa misma noche, uno de esos aviones dejó escapar, en una increíble casualidad, al líder talibán, el mulá Omar, porque el operador de la nave en EEUU no recibió autorización para disparar. Los drones asesinos eran algo muy nuevo todavía como para que el Pentágono dejara manos libres a sus pilotos. Hoy, 18 años después, los drones son la fuerza aérea de los pobres.
Con un simple dron comprado en Amazon, cualquier tropa puede observar al contrario, lanzarle una bomba en el centro de su campamento y, además, grabarlo y colgarlo en Youtube como propaganda. Desde este verano, el ejército nigeriano ha sufrido una serie de ataques en sus bases del estado de Borno por parte de la milicia yihadista Boko Haram. Ya van 30 muertos, el doble de heridos y la sensación de que tienen mejores drones que ellos mismos.
El 7 de noviembre de 2004, el grupo libanés Hizbulá usó por primera vez un dron para entrar en el espacio aéreo de Israel durante 30 minutos en los que sobrevoló la ciudad de Nayahiya para después caer al mar. Aquella operación en apariencia inofensiva cambió las ofensivas de las milicias armadas para siempre. Desde aquel momento, todas las defensas antiaéreas de Israel tuvieron que adaptarse a la búsqueda y destrucción de pequeños aparatos no tripulados. Hamas copió el modelo de Hizbulá y después, en la guerra civil siria, han sido las milicias yihadistas las que los han usado en todos los frentes.
Arthur Holland Michel, autor de Ojos en el cielo y especialista en drones, cree que "la posibilidad de comprar drones comerciales baratos otorga a muchos grupos armados una gama de capacidades con las que no podrían haber soñado hace tan solo unos años. Tales drones se pueden usar como misiles guiados rudimentarios o para soltar pequeñas municiones".
Las legiones romanas observaban a lo lejos el vuelo de los cuervos para saber la posición del enemigo, porque estas aves seguían a los ejércitos para comerse las sobras de su comida. Hoy, los cuervos llevan pilas y van a control remoto.
Publicado por Pablo Pardo y Alberto Rojas, el 24/09/2019, en EL MUNDO