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EL DOBLE COSTO DE DAÑAR EL PLANETA

El mundo lleva décadas tomando nota del daño que los modos de producción modernos le han causado al planeta y todas sus especies, en especial por la aceleración del cambio climático que debate en estos días la Conferencia COP 26 de Naciones Unidas en Glasgow. Ahora, se advierte y calcula también el costo que implica esa misma pérdida de biodiversidad para el sistema económico global.


La incesante pérdida de biodiversidad se está volviendo en contra de un modelo de producción económica que sobreexplota los recursos naturales, no sólo los hidrocarburos. Esa involución en marcha, combinada con el calentamiento global amenaza con crear una “tormenta perfecta” para la sostenibilidad del planeta.


Durante un siglo y medio, la sucesión de cuatro revoluciones industriales se sirvió gratuitamente de insumos de la Tierra, como el agua, los bosques y los minerales, sin considerarlos entre los demás costos de la producción de bienes y servicios.


Pero el tiempo, finalmente, pasó su factura: la degradación de esos recursos, de ese capital natural, ha dejado de ser gratis para traducirse, además, en pérdidas valuadas en miles de millones de dólares para el sistema económico global.


En julio pasado, el Banco Mundial estimó que el colapso de ciertos servicios de los ecosistemas -como la polinización silvestre, el suministro de alimentos de la pesca marina y la madera de los bosques nativos- podría dar lugar a una disminución anual del PIB mundial de 2,7 billones de dólares hacia 2030.


Ya en 2010, la tercera edición de la Perspectiva Mundial de la Biodiversidad advertía que la pérdida de fauna y flora silvestres y de hábitats perjudicaba las fuentes de alimentos y a la industria. Los objetivos fijados en el Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) de 2002 por los gobiernos para reducir la pérdida de biodiversidad hacia 2010 no se habían cumplido, concluyeron entonces los expertos de la ONU.


Otro informe, el Nature Risk Rising del Foro Económico Mundial (WEF), elaborado con la consultora PWC en 2020, estimó que más de la mitad del PBI global -55% en América Latina- depende de manera moderada o alta de la naturaleza y sus servicios. “Es fundamental que las economías con una exposición significativa a la pérdida de la naturaleza evalúen, prioricen e inviertan en ella”, concluyó.


El Grupo de los 7 (G7) países más desarrollados y de mayor responsabilidad histórica en ese retroceso, coincidió con el enfoque: “Las crisis sin precedentes e interdependientes del cambio climático y la pérdida de biodiversidad suponen una amenaza existencial para la naturaleza, las personas, la prosperidad y la seguridad".


Del 11 al 24 de octubre, en Kunming (China), la 15° Conferencia sobre Biodiversidad Biológica (COP 15) debatió un primer plan con propuestas sobre cómo eliminar los residuos plásticos, proteger al menos 30 por ciento de las áreas marinas y terrestres del mundo, y reducir a la mitad la pérdida de nutrientes en el ambiente.


El compromiso de un centenar de países en la Cumbre Climática (COP 26) de Glasgow de limitar las emisiones de metano (un gas ocho veces más contaminante que el CO2 y responsable del 30% del calentamiento global) y de poner freno a la deforestación para 2030, con una inversión de USD 19 mil millones en fondos públicos y privados, resulta un primer paso hacia una “casa común” sostenible.


Los costos


En América Latina están seis de los países con mayor biodiversidad del mundo: Brasil, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela. Pero, al mismo tiempo, en el Caribe más de la mitad de las especies endémicas están en peligro de extinción. En Mesoamérica la proporción supera el 40 por ciento.


El 60 por ciento de las variedades de café en América del Sur están en peligro de extinción debido al cambio climático, la deforestación y enfermedades. La amenaza tiene traducción económica: el mercado de café -83 mil millones de dólares en ventas en 2017- se caería como un castillo de naipes.

El informe del WEF también pone la lupa en la industria farmacéutica, dependiente de la biodiversidad de los bosques tropicales. El 25 por ciento de las drogas de la medicina moderna derivan de sus plantas. Por talas e incendios, “las farmacéuticas se enfrentan a la pérdida de un vasto depósito de materiales genéticos no descubiertos que podrían conducir al próximo avance médico y comercial”.


Por fin, la deforestación del Amazonas puede incrementar las sequías de la región con pérdidas anuales en la producción agrícola de 422 millones de dólares, solo en Brasil, y cambiar los patrones de disponibilidad de agua de toda la región. A esta larga lista se pueden agregar en toda la región la sobreexplotación de tierras en general por cultivos extensivos y la actividad minera cuando es descontrolada.


El mundo, en general, asiste a una pérdida “sin precedentes” de la biodiversidad global que amenaza el progreso de más del 80 por ciento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas, además de poner en riesgo de extinción a más de un millón especies de animales y plantas.


La Plataforma Intergubernamental Científico-normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), con 145 científicos de 50 países, concluyó tras una evaluación global que el planeta no podrá cumplir con 35 de los 44 ODS porque la pérdida de especies y la degradación de los suelos afectan la agricultura y el crecimiento económico, principalmente en el Sur Global.


El uso del suelo para la producción agrícola aumentó 300 por ciento desde 1980, pero la productividad de casi un cuarto de la tierra cultivada cayó por la sobreexplotación y 577 mil millones de dólares en cultivos al año están en riesgo por escasa polinización. “Estamos erosionando la base de la economía, los medios de vida, la seguridad alimentaria, la salud y la calidad de vida en el mundo entero”, razonó el presidente del IPBES, Robert Watson.


Con la pérdida de biodiversidad, el cambio climático potencia en paralelo esos mismos riesgos para el sistema económico, cuyas consecuencias deben pensarse, antes que en pérdidas de patrimonio, ganancias u oportunidades de negocios, en términos de vidas humanas y supervivencia de sociedades enteras.


Expertos ya abordaron con precisión el Costo Social del Carbono (CSC), en el marco de una nueva economía del cambio climático. El CSC identifica el costo económico que ocasiona una tonelada adicional de CO2 emitida a la atmósfera sobre las actividades económicas, el bienestar social y los ecosistemas. El valor monetario del CSC ronda los 25 dólares/ton.


Asumiendo esa realidad, varios países aplican ya impuestos al carbono, desde un solo dólar por tonelada en países como México, Polonia y Ucrania, hasta 126 dólares en Suecia (el valor promedio de estos impuestos es de 22,1 dólares/ton).


Las salidas


Las pérdidas económicas han empezado a influir en algunas decisiones económicas relevantes. Recientemente, el grupo bancario ICBC, el mayor de China, desistió de financiar una central eléctrica de carbón de 3.000 millones de dólares en Sengwa, Zimbabue, resistida por el grupo ecologista Go Clean.


El nuevo gobierno de Estados Unidos, decidido a una rápida recuperación de la economía después de la pandemia, también ha incorporado en sus ambiciosas inversiones públicas un paquete de 100 mil millones de dólares para la reconversión de la matriz energética y la captura y almacenamiento de carbono. La carrera de inversiones privadas verdes ya está lanzada en todo el mundo.


Como guía para gobiernos y privados existe ya un Índice de Agrobiodiversidad que reúne datos sobre la agrobiodiversidad que las personas venden y comen, cultivan y conservan, y analiza el funcionamiento del sistema alimentario. Este novedoso índice mide la diversidad en la nutrición, la agricultura y los recursos genéticos.


Actualmente, se cultivan unas 6.000 especies de plantas y menos de 200 de ellas son las que más aportan a nuestra cadena alimenticia. Solo nueve, incluyendo el trigo y el arroz, componen el 66 por ciento de la producción global de cultivos. En el caso del ganado, el desequilibrio muestra unas 7.700 especies diferentes de animales en crianza en granjas, con más de un cuarto en riesgo de extinción.


El índice de agrobiodiversidad parte de la base de que la producción mundial de alimentos es el mayor impulsor de la degradación medioambiental y la pérdida de biodiversidad. “El aumento de la producción de alimentos sin tener en cuenta el medio ambiente está provocando una grave degradación de la tierra, el agua y el suelo”, argumentan los creadores del estudio.


Una salida para la crisis, entonces, es valorar la riqueza de las plantas, los animales y los microorganismos utilizados para la alimentación y la agricultura. “Aumenta la resiliencia, la salud del suelo y la calidad del agua, al tiempo que reduce la necesidad de agua, fertilizantes sintéticos y otros insumos costosos. Reduce las emisiones de gases de efecto invernadero en comparación con las explotaciones menos diversificadas”, dicen los creadores del índice.


Pero las grandes economías, aunque embarcadas por fin en una transformación histórica hacia la reducción de riesgos e, incentivados por la pandemia, hacia un nuevo paradigma de producción sostenible, no se destacan especialmente por ahora en atender la crisis de la biodiversidad.


El mismo Índice de Agrobiodiversidad citado antes evaluó a diez países (Australia, China, Estados Unidos, Etiopía, India, Italia, Kenia, Nigeria, Perú y Sudáfrica) en el cuidado de animales y plantas importantes para la agricultura. “Los mejores están en los puestos más bajos en términos de desarrollo. Si los países ricos no mejoran, perderán su estatus actual”, concluyeron sus autores.


El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) estimó en 2020 que la agricultura basada en plantas podría emplear a 19 millones más de trabajadores a tiempo completo para 2030 en la región (sólo 60 mil en el sector forestal).


El futuro


Mirando hacia el futuro, en el mundo en desarrollo en general, mientras Etiopía, Sudáfrica e India están en los últimos lugares en el índice de biodiversidad, considerando sus progresos India lidera la lista, seguida por Kenia y Sudáfrica.


Un estudio encargado por el gobierno británico y conocido como Informe Dasgupta, por su autor, Partha Dasgupta, economista de la Universidad de Cambridge, detalló por escrito cómo el sistema económico global depende de la biodiversidad.


"Si bien disfrutamos de los frutos del crecimiento económico, nuestra demanda de bienes y servicios de la naturaleza ha superado durante algunas décadas su capacidad para suministrarlos de forma sostenible", resumió Dasgupta.


En este contexto, con el aval del G7, en 2020 se creó el grupo de trabajo TNFD, integrado por organismos de la ONU y organizaciones globales, que desarrollará un marco para que las empresas e instituciones financieras informen sobre los riesgos físicos y de transición de sus actividades relacionadas con la naturaleza. El TNFD aspira a discriminar negocios destructivos y positivos para el planeta.


También a instancias del G7, este 2021 la OCDE presentó una guía de políticas para los gobiernos con orientaciones en cuatro áreas clave: medición e integración de la biodiversidad; alineación de la política presupuestaria y fiscal con la biodiversidad; integración de la biodiversidad en el sector financiero; y mejora de los resultados de la biodiversidad vinculados al comercio internacional.


Como razona Dasgupta, "al igual que la diversificación de una cartera de activos financieros reduce el riesgo y la incertidumbre, la diversidad dentro de una cartera de activos naturales aumenta la resistencia de la naturaleza a los shocks".


Su valioso informe esboza algunas propuestas: acuerdos internacionales para gestionar entornos de los que depende todo el planeta; sistema de pagos a las naciones por conservar ecosistemas críticos como las selvas tropicales, que almacenan carbono, regulan el clima y alimentan la biodiversidad; tasas por el uso de los ecosistemas fuera de las fronteras nacionales, como la pesca en alta mar y prohibición de captura en zonas ecológicamente sensibles, entre otras opciones.


Publicado el 09/11/2021


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