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EL GRITO DE LA GENERACIÓN Z

  • Foto del escritor: Embajada Abierta
    Embajada Abierta
  • hace 1 día
  • 6 Min. de lectura
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De Perú a Indonesia, de Filipinas a Kenia, de Nepal a Madagascar, los jóvenes de la llamada Generación Z han liderado durante los últimos tiempos protestas con denominadores comunes: falta educación, trabajo y salud y sobra la corrupción.


Cientos de miles de jóvenes de la “Generación Z” (1997-2012) protagonizaron protestas en varios continentes que forzaron cambios políticos, hasta de gobierno, pero se arriesgan igual a ser neutralizadas por los poderes establecidos, como ya ocurrió en EEUU y Europa en 1960 o en la Primavera Árabe de 2011.


Movimientos juveniles, acompañados por organizaciones sociales y sindicales, y casi siempre con impronta urbana, conmovieron países tan disímiles y distantes como Indonesia, Filipinas, Kenia, Perú, Marruecos y Madagascar, todos parte también del llamado Sur Global.


Con impactos de distinta intensidad, estas protestas culminaron con la caída de presidentes y gobiernos pero también dejaron decenas de muertos cuando fueron reprimidas violentamente por fuerzas policiales y armadas, entre manifestaciones pacíficas y revueltas cargadas de ira y violencia.


Entre los elementos comunes de este “grito de la Generación Z” aparecen reclamos por acceso a derechos al empleo, la educación, la salud y la vivienda, pero también a otros tan básicos como el agua y la electricidad. Adicionalmente, operó como detonante la restricción en el uso de redes sociales.

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Estos militantes pertenecen a países con poblaciones más jóvenes que el mundo desarrollado -que atraviesa el proceso contrario- y es la primera generación que creció formando parte del mundo digital y vive conectada al resto del mundo a través de la redes sociales, lo cual potenció la unidad de sus demandas.


Sin embargo, también son jóvenes que no tienen como prioridad dejar sus países atrás para encontrar un mejor futuro en el extranjero, sino al contrario reivindican su derecho a formarse y crecer en su propia tierra sin necesidad de emigrar.


A la hora de señalar responsables, la Generación Z identifica como una de las causas principales de sus necesidades insatisfechas a la corrupción que se apoderó de los estamentos políticos y económicos que debieran cuidarlos, y a ellos es que apuntaron sus denuncias: “El lujo de ustedes es nuestra miseria”.


"Jóvenes contra la corrupción" fue la consigna del movimiento en Nepal, que acabó en septiembre con el Parlamento en llamas. También la destitución de la presidenta Dina Boluarte en Perú, sustituida en octubre por José Jerí, acusado por lo mismo y repudiado en otra protesta reprimida que dejó un muerto: un rapero de 32 años.


Caso por caso


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Nepal y Madagascar, siendo diferentes en aspectos geográficos, culturales y sociales, comparten el factor demográfico de estos escenarios de protesta: la edad media en Nepal es de 28 años y la de Madagascar, 21.


En Madagascar, el presidente Andry Rajoelina huyó de la ex colonia independizada en 1960 con ayuda del gobierno de Francia, pero las protestas juveniles sólo terminaron en la designación de un militar, el coronel Michael Randrianirina, y el control del gobierno por la Fuerzas Armadas con apoyo civil.


En Nepal, las protestas provocaron la caída del primer ministro Khadga Prasad Oli, el incendio de la Asamblea Nacional y un toque de queda militar en la capital, con más de 70 personas muertas en el estallido social. El PIB del pequeño vecino montañoso de China creció 4,9%, pero más del 20% de su población de 30 millones de personas vive bajo el umbral de pobreza y el desempleo juvenil es de 20%.


Una app de mensajería asociada a videojuegos, Discord, fue la fuga para el debate político de los jóvenes impedidos de acceder a redes sociales, donde surgió la candidatura de la primera ministra interina, la ex jueza Sushila Karki (73), designada finalmente por el presidente Ram Chandra Poudel.


En Marruecos, donde se disputará el Mundial 2030 de fútbol, la consigna del Movimiento GenZ 212 (por el prefijo del país) fue “Menos mundiales y más hospitales”, con marchas diarias en Rabat, Casablanca y Tánger.


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El rey Mohamed VI tuvo que pedir al Parlamento que acelerara reformas sociales postergadas, pero a finales de octubre el grupo volvió a activar las manifestaciones en demanda de salud y educación, y contra la corrupción. La justicia marroquí procesó a 1.500 manifestantes y condenó a 240 a penas de hasta 15 años de cárcel.


La Constitución de 2011, aprobada en plena emergencia de la Primavera Árabe, reconoció derechos y libertades, pero las ONG de defensa de los derechos humanos denuncian que en la práctica se incumple.


En Filipinas, la también llamada “Primavera asiática” se tradujo en una campaña en redes sociales aportando detalles indignantes sobre el estándar de vida de los más ricos y poderosos, y de sus hijos “nepo-babies”. En Manila, miles de personas protestaron por denuncias de corrupción en un proyecto nunca realizado de control de inundaciones, con desvíos de 2.000 millones de dólares por parte del gobierno de Ferdinand Marcos Jr.


En Indonesia, las protestas se concentraron contra el pago de dietas a los parlamentarios, en Timor Oriental por la compra de coches también a parlamentarios y en Kenia tras la muerte de un bloguero bajo custodia policial y contra el plan del presidente William Ruto de subir los impuestos.


Algunas tesis


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Muchas de las manifestaciones de protesta protagonizadas por la Generación Z, en un contexto de reacción social más amplio, provienen de problemas estructurales profundos comunes a muchos países con poblaciones jóvenes, según Abigail Branford, investigadora de Oxford cuyo trabajo se centra en África.


"Problemas como el desempleo juvenil serían muy difíciles de abordar para los Estados, incluso si hubiera un esfuerzo más concertado para incluir a los jóvenes en la política dominante", dice Branford. "La economía simplemente no puede absorber la cantidad de jóvenes que ingresan al mercado laboral".


En muchas de las protestas de la generación Z ondea una bandera pirata con una calavera cubierta por un sombrero de paja. Con más de 500 millones de ejemplares vendidos desde 1997 en decenas de países y traducido a más de 40 lenguas, les inspira esta imagen del manga One Piece.


La historia está protagonizada por el corsario Luffy, que lucha junto a otros jóvenes contra un supuesto gobierno mundial autoritario y corrupto. Es un símbolo surgido del animé japonés, explica El País, que atrajo a los jóvenes de entre 15 y 30 años hacia unas reivindicaciones sociales y políticas que parecían resultarles ajenas.


Phil Robertson, director de Asia Human Rights and Labor Advocates, no se ve sorprendido por las protestas: las llamativas publicaciones en redes sociales que ostentan la riqueza de la élite, a menudo vista como el botín de la corrupción gubernamental, están alimentando su ira, razona.


"El fracaso absoluto de los gobiernos de toda la región para abordar la enorme brecha entre los más ricos y los más pobres significa que hay un terreno fértil para las protestas de los jóvenes que creen que no tienen nada que perder al salir a las calles", dijo Robertson.


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El Instituto Tricontinental de Investigación Social analiza los denominadores comunes de este movimiento juvenil y expone algunas tesis:


En el Sur Global existe una explosión demográfica juvenil, la edad media es de 25 años y las personas en estas sociedades jóvenes son víctimas de severas políticas de endeudamiento y austeridad, catástrofes climáticas y guerras permanentes. En África, la edad media es de 19 años, más baja que en cualquier otro continente.


La juventud en el Sur Global está frustrada por el desempleo. El neoliberalismo ha debilitado la capacidad estatal, dejando muy pocas herramientas para abordar este problema. La juventud educada con aspiraciones de clase media no puede encontrar trabajo adecuado, lo que lleva al desempleo estructural o a un desajuste de habilidades.


Las personas jóvenes no quieren tener que migrar para tener una vida digna. En Nepal, los jóvenes manifestantes coreaban contra la compulsión hacia la migración económica: “Queremos trabajos en Nepal, no queremos tener que emigrar por trabajo”. Hay casi 168 millones de trabajadores migrantes en el mundo. Si fueran un país, serían el noveno más grande del mundo, después de Bangladesh (169 millones) y por sobre Rusia (144 millones).


La juventud rural, harta del sufrimiento y radicalizada por las luchas a menudo frustradas de sus progenitores, se traslada a las ciudades y luego al extranjero en busca de trabajo. Llevan su experiencia del campo a las ciudades y a menudo son la columna vertebral de estos movimientos de protesta.


Para la Generación Z, el problema del cambio climático y la crisis ambiental no son una abstracción, sino una causa directa de proletarización a través del desplazamiento y las crisis de precios.


La política institucional es incapaz de abordar las frustraciones de la Generación Z. Las constituciones no reflejan la realidad y los poderes judiciales, incapaces de responder ante nadie, parecen vivir en otro planeta.


El auge del trabajo informal ha creado una sociedad desorganizada, sin esperanza de compañerismo de la clase trabajadora ni de pertenencia a organizaciones de masas como los sindicatos. La uberización de las condiciones laborales ha generado una informalidad de la vida misma, donde la persona trabajadora está alienada de todas las formas de conexión.


“Las agendas de estas protestas -concluye- rara vez abordan las crisis estructurales a largo plazo en los países subdesarrollados. Para ser directos, la política típica de los levantamientos de la Generación Z conduce al abismo del resentimiento de clase media”.

 
 

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